La vocación cristiana configura
a las familias como “evangelizadoras,
misioneras, orantes, transmisoras
de la fe”.
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10. La Iglesia, “familia de
familias”.
Se da una hermosa “reciprocidad
y armonización de dones” entre las familias cristianas y la Iglesia, gran
familia sobrenatural de los hijos de Dios.
También se ha de reconocer la “complementariedad
de dones entre el matrimonio y la virginidad”.
La exhortación propugna superar
una mentalidad individualista estrecha, para valorar las familias “amplias,
grandes, abiertas y solidarias”.
La vocación cristiana configura
a las familias como “evangelizadoras, misioneras, orantes, transmisoras
de la fe”.
Conclusión: la familia
cristiana, cumplimiento del “sueño de Dios”.
Las familias están llamadas a
ser hogares que acogen con generosidad cada vida humana, donde se aprende la “cultura
del encuentro y del diálogo”, se “privilegia la fragilidad humana” mediante
la “cultura del cuidado”.
Cada familia es “el hospital
más cercano” para curar las heridas del alma, “oasis de misericordia”
donde “nadie es descartado”. No se trata de formar comunidades “estufa”,
encerradas en sí mismas, ajenas a la historia de sufrimiento y esperanza de las
personas concretas, sino familias “manantial”, que se desbordan hacia
los “límites” de las “periferias existenciales”.
La familia cristiana, “iglesia
doméstica”, tiene la misión de educar a sus miembros para que se constituyan en
“discípulos-misioneros” que lleven con audacia a todos la “alegría del
evangelio”, la buena nueva de un Dios que es Familia, que hace familia.
El ideal evangélico que propone
Francisco es, por tanto, el de familias “en salida”, que se acercan a
los que no conocen la cercanía del Dios Amor. Para “tocar” en ellos la “carne
sufriente de Cristo”, caminar a su lado, compartir su vida y mostrarles con
su testimonio atrayente al que hace nuevas todas las cosas.
Familias “abiertas”, que
vencen las tentaciones de la “mundanidad espiritual” como el individualismo, la
queja, la ingratitud o la mediocridad. Familias que escuchan la Palabra de
Dios, que oran, que viven de la Eucaristía, que creen en el Dios “que nos ama,
que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que
saca bien del mal con su poder y su infinita creatividad”.
Familias que “descansan en la
ternura de los brazos del Padre” y aportan a la sociedad la “revolución de la
ternura”. Familias cuya misión es “iluminar, bendecir, acompañar, sanar,
educar, humanizar, evangelizar”. Así, desde “la primacía de la gracia”, las
familias cristianas hacen posible el sueño eterno de Dios.
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