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viernes, 27 de mayo de 2016

Amoris Laetitia III

     La “iglesia doméstica” vive de la Eucaristía dominical, sacramento 
    de la nueva alianza.
7. La “caridad, espiritualidad y santidad matrimoniales”.

La “caridad conyugal”, fuente de la “santidad en el matrimonio”, constituye el principio de “crecimiento, consolidación y profundización en el amor conyugal”.
El Papa ofrece una amplia meditación sobre la comunicación y la vida de los esposos, basada en el himno a la caridad de 1 Cor 13.

El amor matrimonial “incluye la humanización de la pasión erótica conforme a la dignidad don de la persona”.

La “espiritualidad de comunión conyugal y familiar” brota del misterio de la inhabitación de la Trinidad divina en cada familia cristiana.
Se trata de una “espiritualidad del amor social, del cuidado, del testimonio y de la salida hacia los demás”, con una especial atención a los enfermos y ancianos.

La “iglesia doméstica” vive de la Eucaristía dominical, sacramento de la nueva alianza.

8. La “misión educativa”.

Se trata de un derecho y deber fundamental e insustituible de la familia, como recordaba la Santa Sede en la Carta de los derechos de la familia (1983).

Además, se ha de reconocer la tarea fundamental de la familia como “escuela de educación y de socialización”.

El “genio femenino” –en expresión de Juan Pablo II (Mulieris dignitatem)- brota de la vocación a la maternidad como capacidad singular para comprender y realizar el amor a la persona concreta, de modo especial al más débil y necesitado.

En una sociedad que adolece de una cierta “orfandad” por ausencia de la figura paterna, con su perfil de exigencia, autoridad y apoyo. Además, “los hijos necesitan encontrar un padre que los espera cuando regresan de sus fracasos”.

Con la educación en familia se establece un auténtico “vínculo de generaciones”, en el que tiene lugar la “transmisión de valores, de sentido, de raíces, de memoria histórica”, acogiendo la sabiduría de los mayores.

También está llamada la Iglesia a “guiar a los novios y a los esposos”, especialmente durante los primeros años de matrimonio, en su “proceso de maduración en las diversas etapas”, hacia la plenitud del amor y de la comunión prometido por el mismo Dios, e inscrito en la misma dinámica del deseo.

9. La necesidad de una oportuna “educación sexual”.

Está “ordenada a la plenitud del amor conyugal”, superando la polarización instintiva, que rebaja a las personas a la categoría de objetos de consumo.

Ha de ser “positiva y prudente”, adaptándose a las etapas de maduración, y cuidando un “sano pudor”.

También ha de evitar una actitud negativa hacia la procreación, propia de la propaganda del llamado “sexo seguro”.

La Iglesia recuerda que cada hijo es siempre un don maravilloso de Dios. El auténtico amor “se hace fecundo”.


Anima la exhortación a promover la enseñanza sobre la “procreación responsable”, con la enseñanza de los “métodos naturales” de regulación de la fertilidad.

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