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miércoles, 1 de junio de 2016

Amoris Laetitia IV

La vocación cristiana configura a las familias como “evangelizadoras, 
misioneras, orantes, transmisoras de la fe”.
10. La Iglesia, “familia de familias”.

Se da una hermosa “reciprocidad y armonización de dones” entre las familias cristianas y la Iglesia, gran familia sobrenatural de los hijos de Dios.

También se ha de reconocer la “complementariedad de dones entre el matrimonio y la virginidad”.

La exhortación propugna superar una mentalidad individualista estrecha, para valorar las familias “amplias, grandes, abiertas y solidarias”.

La vocación cristiana configura a las familias como “evangelizadoras, misioneras, orantes, transmisoras de la fe”.

Conclusión: la familia cristiana, cumplimiento del “sueño de Dios”.

Las familias están llamadas a ser hogares que acogen con generosidad cada vida humana, donde se aprende la “cultura del encuentro y del diálogo”, se “privilegia la fragilidad humana” mediante la “cultura del cuidado”.

Cada familia es “el hospital más cercano” para curar las heridas del alma, “oasis de misericordia” donde “nadie es descartado”. No se trata de formar comunidades “estufa”, encerradas en sí mismas, ajenas a la historia de sufrimiento y esperanza de las personas concretas, sino familias “manantial”, que se desbordan hacia los “límites” de las “periferias existenciales”.

La familia cristiana, “iglesia doméstica”, tiene la misión de educar a sus miembros para que se constituyan en “discípulos-misioneros” que lleven con audacia a todos la “alegría del evangelio”, la buena nueva de un Dios que es Familia, que hace familia.

El ideal evangélico que propone Francisco es, por tanto, el de familias “en salida”, que se acercan a los que no conocen la cercanía del Dios Amor. Para “tocar” en ellos la “carne sufriente de Cristo”, caminar a su lado, compartir su vida y mostrarles con su testimonio atrayente al que hace nuevas todas las cosas.

Familias “abiertas”, que vencen las tentaciones de la “mundanidad espiritual” como el individualismo, la queja, la ingratitud o la mediocridad. Familias que escuchan la Palabra de Dios, que oran, que viven de la Eucaristía, que creen en el Dios “que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y su infinita creatividad”.

Familias que “descansan en la ternura de los brazos del Padre” y aportan a la sociedad la “revolución de la ternura”. Familias cuya misión es “iluminar, bendecir, acompañar, sanar, educar, humanizar, evangelizar”. Así, desde “la primacía de la gracia”, las familias cristianas hacen posible el sueño eterno de Dios.

viernes, 27 de mayo de 2016

Amoris Laetitia III

     La “iglesia doméstica” vive de la Eucaristía dominical, sacramento 
    de la nueva alianza.
7. La “caridad, espiritualidad y santidad matrimoniales”.

La “caridad conyugal”, fuente de la “santidad en el matrimonio”, constituye el principio de “crecimiento, consolidación y profundización en el amor conyugal”.
El Papa ofrece una amplia meditación sobre la comunicación y la vida de los esposos, basada en el himno a la caridad de 1 Cor 13.

El amor matrimonial “incluye la humanización de la pasión erótica conforme a la dignidad don de la persona”.

La “espiritualidad de comunión conyugal y familiar” brota del misterio de la inhabitación de la Trinidad divina en cada familia cristiana.
Se trata de una “espiritualidad del amor social, del cuidado, del testimonio y de la salida hacia los demás”, con una especial atención a los enfermos y ancianos.

La “iglesia doméstica” vive de la Eucaristía dominical, sacramento de la nueva alianza.

8. La “misión educativa”.

Se trata de un derecho y deber fundamental e insustituible de la familia, como recordaba la Santa Sede en la Carta de los derechos de la familia (1983).

Además, se ha de reconocer la tarea fundamental de la familia como “escuela de educación y de socialización”.

El “genio femenino” –en expresión de Juan Pablo II (Mulieris dignitatem)- brota de la vocación a la maternidad como capacidad singular para comprender y realizar el amor a la persona concreta, de modo especial al más débil y necesitado.

En una sociedad que adolece de una cierta “orfandad” por ausencia de la figura paterna, con su perfil de exigencia, autoridad y apoyo. Además, “los hijos necesitan encontrar un padre que los espera cuando regresan de sus fracasos”.

Con la educación en familia se establece un auténtico “vínculo de generaciones”, en el que tiene lugar la “transmisión de valores, de sentido, de raíces, de memoria histórica”, acogiendo la sabiduría de los mayores.

También está llamada la Iglesia a “guiar a los novios y a los esposos”, especialmente durante los primeros años de matrimonio, en su “proceso de maduración en las diversas etapas”, hacia la plenitud del amor y de la comunión prometido por el mismo Dios, e inscrito en la misma dinámica del deseo.

9. La necesidad de una oportuna “educación sexual”.

Está “ordenada a la plenitud del amor conyugal”, superando la polarización instintiva, que rebaja a las personas a la categoría de objetos de consumo.

Ha de ser “positiva y prudente”, adaptándose a las etapas de maduración, y cuidando un “sano pudor”.

También ha de evitar una actitud negativa hacia la procreación, propia de la propaganda del llamado “sexo seguro”.

La Iglesia recuerda que cada hijo es siempre un don maravilloso de Dios. El auténtico amor “se hace fecundo”.


Anima la exhortación a promover la enseñanza sobre la “procreación responsable”, con la enseñanza de los “métodos naturales” de regulación de la fertilidad.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Amoris Laetitia II

Las diversas “crisis matrimoniales” han de vivirse como posibilidades de crecimiento 
y de maduración, como “llamadas a permanecer en el amor”.
3. La atención misericordiosa a las “situaciones de fragilidad”.

Las diversas “crisis matrimoniales” han de vivirse como posibilidades de crecimiento y de maduración, como “llamadas a permanecer en el amor”.

La exhortación describe someramente algunos rasgos negativos de nuestra cultura, como el “emotivismo” y el “narcisismo”, con una concepción romántica reductiva del amor; o la “deconstrucción jurídica de la familia”, propiciada por la “ideología de género”, conforme a una antropología errónea.

Pero también se refiere a las diversas situaciones difíciles que contienen un anhelo de amor verdadero, y que constituyen “semillas” de familia que se han de cuidar.
Las comunidades cristianas han de actuar como “hospitales de campaña” de una Iglesia que sigue el modelo de Jesús, el buen samaritano, enviadas a “sanar heridas” con el bálsamo de la ternura, y a promover con tesón la reconciliación y el perdón.

4. La importancia del “acompañamiento”.

El Señor pide a su Iglesia ponerse junto a los matrimonios y a las familias, en un “camino dinámico de desarrollo y realización”.

Se ha de considerar la situación concreta de cada uno de ellos para avanzar en un proceso creciente.

Con “creatividad misionera” el horizonte ha de ser la vivencia adecuada de los sacramentos y del proyecto divino para el matrimonio, inscrito en nuestra humanidad.

En este proceso tiene lugar la paciente tarea de “formar conciencias en la enseñanza de la Iglesia”. Medios para ello son: la escucha de la Palabra de Dios, la catequesis, la participación en las celebraciones litúrgicas, especialmente la Eucaristía dominical, el testimonio.

Estos procesos se han de vivir desde la “confianza en la gracia”. Con Dios se pueden superar todos los obstáculos para reemprender una existencia humana digna.

5. El principio de “integración”.

La comunidad cristiana ha de manifestar en todo momento actitudes de “acogida” cordial y de “diálogo” sincero y cercano, para “iluminar” con la luz del evangelio también las “situaciones difíciles” y a menudo dolorosas.

Por ello, ha evitar el “descarte” y la “marginación” de estas personas.

Más bien han de ser integradas adecuadamente en los diversos “movimientos, grupos, asociaciones y comunidades eclesiales”.

Así podrán emprender un proceso de conversión al Señor, de modo que puedan crecer en la fe, formarse y curar sus heridas.

6. El principio de “discernimiento”.

Siempre se ha de “mirar con amor y respeto” a las personas que se hallan en las diversas situaciones llamadas “irregulares”.

Es la primacía de la “lógica de la misericordia y de la compasión” evangélicas. No se las debe “rechazar ni condenar”, sino “acercar al Señor”.

Se ha de “procurar su participación en la Iglesia”, en sus diversas actividades y tareas de modo prudente. Aunque, conforme a las normas de la Iglesia, los católicos que viven maritalmente y no están casados sacramentalmente no pueden recibir la absolución sacramental ni la comunión eucarística. (Como recuerda en la nota 345: Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración sobre la admisibilidad a la sagrada comunión de los divorciados que se han vuelto a casar, 24 junio 2000).

Para ayudar a las “personas separadas y divorciadas” el Santo Padre pide “facilitar y simplificar los procedimientos de nulidad”, y ha dictado normativas al respecto.

Además, se han de “considerar los grados de responsabilidad” de cada uno, sin ofrecer “tallas únicas”, sino una atención personalizada.

La via caritatis requiere “mostrar la verdad y la justicia conforme a la moral de la Iglesia con caridad, humildad, paciencia y esperanza”. Pues no hay contraposición sino intrínseca reciprocidad y armonía entre la verdad de la justicia y el amor misericordioso.

Por ello, se han de “buscar progresivamente caminos de crecimiento y de maduración personal”.

martes, 24 de mayo de 2016

Amoris Laetitia I

La familia humana constituye la viva “imagen, reflejo” y
participación del Hogar divino.

Como se trata de un tema tan importante, vamos a tratar de clarificar en varias entradas, que iremos publicando en los próximos días, lo que nos dice la exhortación "Amoris Laetitia" acerca de la familia. 

Introducción: la familia, una bendición de Dios.

Con fecha 19 de marzo el Papa ha publicado este largo documento, fruto de la reflexión de la Iglesia llevada a cabo en los dos recientes Sínodos sobre la familia. Se enmarca dentro de la solicitud pastoral y de la enseñanza de la Iglesia.

Las fuentes más citadas, junto a la Sagrada Escritura y algunos textos de los santos padres (como san Agustín) y doctores de la Iglesia (como santo Tomás de Aquino), son el magisterio anterior, especialmente del Concilio Vaticano II y de los romanos pontífices, sobre todo Pablo VI (encíclica Humanae vitae), Juan Pablo II (exhortación Familiaris consortio, catequesis de la teología del cuerpo, etc.), Benedicto XVI (encíclica Deus caritas est) y el mismo Francisco (catequesis sobre la familia).

Se trata de un texto amplio, de 262 páginas y 325 números, en el formato presentado por la Santa Sede. Consta de una premisa y nueve capítulos: desde la enseñanza bíblica sobre el matrimonio, pasando por una mirada a nuestra cultura, para desarrollar cuestiones como el amor conyugal, el sentido de la pasión y de la sexualidad, la fecundidad, la comunicación, la educación, la espiritualidad o la atención eclesial a las familias.
En esta breve presentación se ofrecen algunos de los temas o conceptos fundamentales de este documento pontificio.

1. El “designio primordial”.

La revelación divina, contenida en las Sagradas Escrituras, interpretadas por la Iglesia, nos ofrece la verdad, la “realidad fundamental” del matrimonio, cuyo autor es el mismo Creador.

Dios mismo “es Familia” en la intimidad del eterno misterio de la Santísima Trinidad, Comunión de Amor. La familia humana constituye la viva “imagen, reflejo” y participación del Hogar divino. El matrimonio, la familia y los hijos constituyen una gran “bendición de Dios” (Salmo 128).

Así, el matrimonio es la “íntima comunidad de vida y amor conyugal exclusivo, fiel y fecundo”. De modo que los padres son “mediadores del amor del Creador”.

El mandato de la “honra familiar” sitúa a la familia en el centro de la construcción de la vida social, pues de ella nace el respeto, el reconocimiento y la promoción de cada persona humana.

2. El “evangelio de la familia”.

La redención de Cristo, el Esposo de la Iglesia, en la nueva y definitiva alianza, “recupera, purifica y lleva a plenitud la forma original del matrimonio”.

Cada matrimonio es “una parte de la historia de la salvación”, y realiza el “sueño de Dios”. Pues el amor de Dios a sus hijos pasa por la familia.


La sagrada familia de Nazaret se presenta como auténtico “icono y esplendor del amor pleno”, en el que todas las familias pueden encontrar el modelo y la intercesión que necesitan.