Las
diversas “crisis matrimoniales” han de vivirse como posibilidades de
crecimiento
y de maduración, como “llamadas a permanecer en el amor”.
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3. La
atención misericordiosa a las “situaciones de fragilidad”.
Las
diversas “crisis matrimoniales” han de vivirse como posibilidades de
crecimiento y de maduración, como “llamadas a permanecer en el amor”.
La
exhortación describe someramente algunos rasgos negativos de nuestra cultura,
como el “emotivismo” y el “narcisismo”, con una concepción romántica
reductiva del amor; o la “deconstrucción jurídica de la familia”,
propiciada por la “ideología de género”, conforme a una antropología
errónea.
Pero
también se refiere a las diversas situaciones difíciles que contienen un
anhelo de amor verdadero, y que constituyen “semillas” de familia
que se han de cuidar.
Las
comunidades cristianas han de actuar como “hospitales de campaña” de una
Iglesia que sigue el modelo de Jesús, el buen samaritano, enviadas a “sanar
heridas” con el bálsamo de la ternura, y a promover con tesón la
reconciliación y el perdón.
4. La
importancia del “acompañamiento”.
El Señor
pide a su Iglesia ponerse junto a los matrimonios y a las familias, en
un “camino dinámico de desarrollo y realización”.
Se ha de
considerar la situación concreta de cada uno de ellos para avanzar en un proceso
creciente.
Con “creatividad
misionera” el horizonte ha de ser la vivencia adecuada de los sacramentos y
del proyecto divino para el matrimonio, inscrito en nuestra humanidad.
En este
proceso tiene lugar la paciente tarea de “formar conciencias en la enseñanza
de la Iglesia”. Medios para ello son: la escucha de la Palabra de Dios, la
catequesis, la participación en las celebraciones litúrgicas, especialmente la
Eucaristía dominical, el testimonio.
Estos
procesos se han de vivir desde la “confianza en la gracia”. Con Dios se
pueden superar todos los obstáculos para reemprender una existencia humana
digna.
5. El
principio de “integración”.
La
comunidad cristiana ha de manifestar en todo momento actitudes de “acogida”
cordial y de “diálogo” sincero y cercano, para “iluminar” con la
luz del evangelio también las “situaciones difíciles” y a menudo dolorosas.
Por ello,
ha evitar el “descarte” y la “marginación” de estas personas.
Más bien
han de ser integradas adecuadamente en los diversos “movimientos,
grupos, asociaciones y comunidades eclesiales”.
Así podrán
emprender un proceso de conversión al Señor, de modo que puedan crecer
en la fe, formarse y curar sus heridas.
6. El
principio de “discernimiento”.
Siempre se
ha de “mirar con amor y respeto” a las personas que se hallan en las
diversas situaciones llamadas “irregulares”.
Es la
primacía de la “lógica de la misericordia y de la compasión” evangélicas.
No se las debe “rechazar ni condenar”, sino “acercar al Señor”.
Se ha de “procurar
su participación en la Iglesia”, en sus diversas actividades y tareas de
modo prudente. Aunque, conforme a las normas de la Iglesia, los católicos que
viven maritalmente y no están casados sacramentalmente no pueden recibir la
absolución sacramental ni la comunión eucarística. (Como recuerda en la
nota 345: Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración
sobre la admisibilidad a la sagrada comunión de los divorciados que se han
vuelto a casar, 24 junio 2000).
Para ayudar
a las “personas separadas y divorciadas” el Santo Padre pide “facilitar y simplificar
los procedimientos de nulidad”, y ha dictado normativas al respecto.
Además, se
han de “considerar los grados de responsabilidad” de cada uno, sin
ofrecer “tallas únicas”, sino una atención personalizada.
La “via
caritatis” requiere “mostrar la verdad y la justicia conforme a
la moral de la Iglesia con caridad, humildad, paciencia y esperanza”.
Pues no hay contraposición sino intrínseca reciprocidad y armonía entre la
verdad de la justicia y el amor misericordioso.
Por ello,
se han de “buscar progresivamente caminos de crecimiento y de maduración
personal”.
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