Ya te han prendido y te llevan los soldados. Todos los tuyos te abandonan y Pedro, que aseguraba que sería capaz de morir por ti, te sigue solo a distancia. No se atreve a acercarse, a dar la cara, a decir que es de los tuyos. Ahora no; ahora tiene miedo.
¿Qué es lo que podía estar pasando por la cabeza de Pedro en esos momentos? Pedro, más Cefas que nunca y menos Pedro, hacía pocos días había contemplado tu entrada triunfal en Jerusalén. Entonces pensaría: "¡Ya está! ¡Ahora sí! Ahora es cuando el Mesías se va a manifestar en toda su grandeza. ¡Ahora sí que viene a liberar a Israél!".
El, como el resto de los discípulos, no terminaba de comprender aquello de que tu Reino no es de este mundo, ni lo de que el Hijo del Hombre ha venido para servir, y no para ser servido. Todavía espera un Mesías glorioso y triunfante. Y lo tendrá al final, solo que de una manera completamente distinta a lo que él espera. No ha comprendido aún aquello de que el grano de trigo tiene que morir para dar fruto; de hecho no quiere ni oír hablar de tu muerte. Porque eso no puede pasar. Así que ahora está desconcertado con todo lo que ha pasado durante esta noche y, como muchos cristianos titubeantes de hoy en día, solo te sigue a distancia. ¿O es que nosotros nos creemos distintos? ¿Acaso no dudamos, y temblamos, y nos rebelamos contra Dios cuando las cosas no salen como nosotros creemos que han de salir? Al igual que Cefas, no comprendemos que los planes de Dios son más altos que los nuestros.
Te siguió a distancia, se sentó entre los sirvientes de aquellos que habrían de crucificarte y, una tras otra, te negó tres veces antes de que cantara el gallo. Es una historia bastante conocida que se sigue repitiendo hoy en día; muchos que se dicen cristianos se mezclan con los servidores del príncipe de este mundo y son capaces de negarte, no tres sino mil veces por miedo, o por vergüenza, o por interés.
Pero Pedro se acordó de Jesucristo. Se acordó de sus palabras y lloró amargamente lágrimas de arrepentimiento. Salió de la compañía de los servidores del príncipe de este mundo para volverse a Ti de nuevo. Recordó su amor por Ti y lloró. Y Tu le miraste, no con reproche sino con misericordia.