La alegría más íntima del
cristiano es celebrar la Resurrección de Jesucristo, vencedor de la muerte y
nuestro Redentor.
Como dice San Pablo (1Co. 15,14) “Y
si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe”.
Nuestro pecado se mantendría y nuestra esperanza sería vana; la humanidad
habría perdido su sentido. Porque Cristo es el nuevo Adán, así como María es la
nueva Eva. Y si Eva fue el medio por el cual entró el pecado en el mundo, María
fue la puerta de nuestra Salvación. Asimismo, si por Adán triunfó la muerte,
por Jesucristo somos recuperados para la Vida. La Vida Eterna en Dios nuestro
Padre.
En palabras de Juan Pablo II, “Con
la Resurrección todo vuelve a empezar desde el principio; la creación recupera
su auténtico significado en el plan de salvación. Es como un nuevo comienzo de
la historia y del cosmos, porque Cristo
ha resucitado, primicia de todos los que han muerto (1 Co 15,20). El, el último Adán, se ha convertido en un espíritu que da vida (1 Co. 15,45)”
(homilía de la vigilia pascual del sábado 19 de abril de 2003).
No hay comentarios:
Publicar un comentario