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miércoles, 16 de abril de 2014

Meditaciones sobre la Pasión: "Un mandato nuevo os doy"



¿Puede ser el amor un mandato? ¿Se puede amar por "imperativo legal"?
No. No puede ser así. Nadie puede forzar a amar a otra persona. Pero si hubiese un don tan grande que nos impusara a hacerlo, el amor dejaría de ser un mandato para convertirse en una Gracia.

Pues bien, ese Amor se ha dado. Aquella noche, en Jerusalén, Jesucristo deja a sus apóstoles tres cosas: su cuerpo, su sangre y el mandato nuevo de amarse unos a los otros, como Él nos ha amado.

Alimentados por la Eucaristía, reconstituidos por su Gracia, todo cristiano puede entregar su vida a los otros, ya que "no soy yo, sino Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Ga 2, 20)

Aquella noche vio a sus discípulos asustados, a pesar de los juramentos de fidelidad. Sabía que se iba a quedar solo. Y en esa soledad, decidió entregar lo último que le quedaba: Su cuerpo, Su sangre para la vida del mundo. Con razón, podía decir: "No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13)

Sus amigos. En esta noche, ya no somos siervos. Ya no somos esclavos. Somos los amigos del Novio, los invitados al banquete del Cordero. Pasamos de la muerte a la vida.

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